La utilidad como condena.
¿Qué valor tiene una vida que ya no produce?
En una esquina del tiempo, los relojes se derriten.
Observa La Persistencia de la Memoria de Salvador Dalí: relojes blandos, vencidos por el calor, incapaces de cumplir su función. Nadie los necesita. Nadie los consulta. Han perdido su propósito.
¿Y si eso también nos ocurre a nosotros?
El precio de no servir
En algún lugar, no lejos de donde lees esto, alguien fue despedido de su trabajo. Algún anciano fue desterrado a una casa de retiro. Algún esposo o esposa fue abandonado porque perdió su salud.
¿Qué tienen en común todos estos casos?
Estas personas ya no son útiles. Ya no producen. Ya no cuentan.
¿Cruel? Sí. Y sucede todo el tiempo.
Vivimos en una sociedad que mide el valor humano en función de su productividad. Si no tenemos un propósito económico, si no ayudamos a que alguien más produzca, estamos condenados al olvido.
No siempre fue así
Incluso hay evidencia arqueológica de que los neandertales y los primeros Homo sapiens cuidaban de los miembros enfermos o heridos de su comunidad, incluso en tiempos de peligro extremo o escasez.
Sociedades antiguas como las precolombinas valoraban profundamente a los ancianos. Su sabiduría era tesoro, y eran cuidados por sus familias hasta el final de sus días.
¿Somos valiosos solo si servimos para algo?
Pensar en esto es doloroso. Nos marca.
Nos llena de temor la inutilidad, incluso en la muerte.
¿A qué costo nos llega la modernidad?
¿A renunciar a nuestra humanidad?
¿A volvernos máquinas sin corazón?
Persistencia sin memoria
En estas sociedades crueles, quizás todo lo que quede de nosotros sea una persistencia sin memoria, sin propósito.
Como esos relojes derretidos, testigos de un tiempo que ya no se mide, ni se espera, ni se recuerda.
Invitación
Te invito a leer un microrrelato relacionado con esta temática en mi blog Píldoras para soñar.
Allí, un objeto olvidado reflexiona sobre su existencia, su utilidad perdida y el deseo de dejar constancia de que alguna vez estuvo aquí.
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